Están a punto de leer sobre la
historia del doctor Frankenstein, un hombre de ciencia que quiso crear otro
hombre a su propia imagen y semejanza sin tomar en cuenta a Dios. La historia
de Frankenstein es una de las historias
más extrañas que jamás se hayan contado, tiene que ver con los dos grandes misterios
de la creación: la vida y la muerte. Creo que a más de uno le entusiasmará, o
quizá les asuste e incluso hasta les horrorice.
Frankenstein deambula
por los cementerios de Goldstadt junto a su jorobado y fiel asistente Igor, buscando partes de algún
cuerpo u órganos frescos para crear al monstruo con el que jugará a ser dios e
intentará darle vida. ¿Nunca has deseado mirar más allá de las nubes y de las
estrellas, o saber por qué brotan los árboles y qué convierte a la oscuridad en
luz? Si alguien dice esas cosas la gente lo llamaría loco, pero si el doctor
Frankenstein pudiera descubrir tan sólo uno de esos misterios, lo que es la
eternidad por ejemplo; a él le importaría un bledo que le considerasen desquiciado maldita sea.
Erróneamente la gente suele
llamar Frankenstein al monstruo cuando en realidad es el nombre
del Científico que creó al monstruo. Sin embargo, el doctor Henry Frankenstein
cometió un grave error, colocó el cerebro anormal de un asesino en el cuerpo de
su creación obteniendo como resultado del experimento aquel ser siniestro con
suficiente maldad para matar. Por lo tanto durante el transcurso de la pelí el
monstruo no se comportó muy bien que digamos, y de todas las maldades que hizo lo único que quizá no era tan maligno fue cuando
jugueteó inocentemente con una dulce niñita a la que encontró recolectando girasoles a la orilla del lago, sin embargo; mientras
jugueteaban aquel ser grotesco lanzó accidentalmente a la pequeña dentro del lago y la muy imbécil se
ahogó porque no sabía nadar, entonces una multitud iracunda de aldeanos
enfurecidos fue tras la pista del monstruo para lincharlo. Al parecer se ocultaba en un viejo molino de madera al cual los aldeanos no dudaron
en encenderle fuego quemándolo vivo, o al menos eso es lo que creyeron aquellos soquetes.
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