Desde un mundo futurista
bastante avanzado en ciertos aspectos pero en otros muy similar al siglo 21,
donde la privacidad se ha vuelto algo obsoleto casi como un rincón oscuro
olvidado por Dios, pues todo individuo alrededor de dicha ficción debe registrar
en alta definición de audio y video cada asqueroso acontecimiento ocurrido
durante sus miserables existencias incluso esos incómodos segundos finales de
vida; ya que sus cerebros están siempre conectados al ether o sea al maldito
ciberespacio, en el cual los registros generados por cualquier individuo son
accesibles sólo para las dichosas autoridades y también para quienes los
concibieron. A pesar de que el anonimato sea considerado como una porquería
dentro de aquella sociedad utópica, también es una ventaja que saca lo mejor de
ambos mundos: el real y el digital.
Sal Frieland el detective del
futuro quien resuelve crímenes husmeando en las mentes de los ciudadanos, esta
vez investigará a una asesina poco común capaz de bloquear o modificar los
registros de memoria para así cubrir sus huellas, y además antes de ejecutar a
sus victimas hackea sus funciones ópticas a las que ellos llaman el ojo mental;
entonces sucede que las escaleras se alargan o se encogen repentinamente, e
inclusive trenes que no están ahí aparecen peligrosamente cuando no deberían de
aparecer, y todas esas extrañas situaciones peligrosas las cuales nadie desea.
Ella no necesita permiso para entrar al ether pues puede acceder cuando lo
desee, claro que con criminales así la integridad del sistema queda demasiado
comprometida maldita sea. ¿Cómo harán para detener a esa perra? Para atraparla
antes deberán escanear su frecuencia rastreando la cadena del proxy desde el
registro de los asesinatos, y luego hacer cosas muy pero que muy malas para
sacarla del anonimato.
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